jueves, 7 de diciembre de 2017

"Donde naciera la mujer de acero" *


          Me propongo dar forma a este doloroso y triste relato,ambas emociones aún me invaden al pensar la vida de esta mujer que siempre recordará México, Frida Kahlo artísta pictórica mundial y la relación que la unió al gran muralista Diego Rivera.
          Con inquietud esperé el día para conocer Coyoacán, cercano al Distrito Federal de los Estados Unidos Mexicanos.Barrio tranquilo con antiguas y conservadas casonas distribuídas en calles añosas, arboladas y floridas. Coyoacán guarda como todo México leyendas de aborígenes aztecas, los fundadores del país. También esta historia, pero teñida de otro color, la de Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón y su "Casa Azul", donde nació, vivió y murió esta traviesa niña de extraña ascendencia, madre mexicana, padre alemán.
          Frida jovencita esbelta, fina, de cabellos oscuros que caían en melena a los lados del rostro, era espontánea, alegre y optimista. No esperaba que desde su niñez la vida la iría rodeando de experiencias difíciles. A los seis años enferma de poliomielitis y aunque los padres se ocupan especialmente de la prolongada y dura convalescencia, su pierna derecha quedó afectada.
          Durante la adolescencia, Frida se rodea de buenos amigos que no reparaban en su limitación física. Junto a ellos recupera la euforia por la vida y la esperanza en el futuro. Dotada de gran inteligencia, cultivada en un colegio alemás de México proyecta la carrera de medicina que deseaba comenzar.
          Se despedía el verano del año 1925 asomando el otoño, Frida caminaba disfrutando los cambios de colores en las robustas arboledas de las plazas mexicanas, sin imaginar que se acercaba el desgraciado momento ocurrido en un transporte público que regresaba a Coyoacán. Un violento y trágico accidente que cambiaría para siempre el rumbo de su vida. Las pocas palabras pronunciadas por ella, describiendo lo sucedido fueron las siguientes:"El choque nos lanzó hacia adelante y a mí el pasamanos me atravesó como la espada a un toro". Tenía apenas dieciocho años, su cuerpo se destrozó por completo al arrancar esa barra de metal que le partió la columna vertebral, el cuello, la pelvis, la vagina y su pierna enferma.
          Soportó entre llantos el intenso dolor y la inmovilidad que le producía la corsetería de yeso, cuero o acero que por etapas le recetaban, dejando en el olvido las llamativas faldas y blusas tehuanesas que acostumbraba vestir. A pesar de su cuerpo maltrecho creyó tener la energía suficiente para reemplazar los estudios truncados por la pintura que casi sin quererlo iniciaría en un futuro.
          Pasaron algunos años hasta que le permitieron caminar. Entonces anuncia la decisión de casarse con Diego Rivera. Se habían conocido en la Escuela Nacional Preparatoria, desde esa época Frida aún alborotada adolescente sintió fascinación por el pintor y Diego siempre admiró la mente aguda poco convencional de su pequeña alumna. Ante la inesperada declaración el padre de ella verbaliza un áspero comentario: "Serán las bodas de un elefante y una paloma". Familiares y amigos vivieron con asombro la unión de esta muchacha turbulenta de frágil salud con el genio de los muralistas mexicanos que le doblaba en edad, pesaba el triple de ella, era feo, bohemio, ateo y mundano. Con fama de "ogro" y seductor.
          Fue una extraña historia de amor construída y expresada por medio de la pintura que en ella fluyó con mayor confianza y aplicación, aprobadas y elogiadas por su esposo. Frida fue para Diego una mujer dotada de magia y Diego para Frida el niño que no pudo llevar en su vientre. Formaron una pareja indestructible. Cuando ella muere a los cuarenta y seis años, deja el insoportable recuerdo de su extraña belleza en los espejos vacios de la casa y a pesar de los honores que rodeaban a Diego, la soledad lo abruma y muere tres años después que ella.
          Con la desgarradora historia presente en mi pensamiento, llegué a la famosa e inmortal esquina donde se encuentra la "Casa Azul". La vista se magnetiza con el intenso color que cubre íntegramente la fachada, el mismo azul que luego encontraría mezclado entre las plantas del jardín. Atravesando el portón de hierro negro, ingreso. A cada paso percibo que algo extraño conmociona y perturba mi ánimo, nace una melancólica y profunda tristeza que se renueva al recorrer cada estancia de la casa. Hasta que descubro el motivo de mi angustia observando las paredes tapizadas por los autorretratos de Frida, la siento presente, viviente como en su juventud, siguiéndome con mirada dura, penetrante y extraña, tal vez agradeciendo mi profunda admiración por ella.
          El taller de pintura detenido en el tiempo en que debió abandonarlo con bosquejos inconclusos. Oleos, pinceles, tapices y atriles descansan sobre el viejo escritorio de madera amarillenta, junto a frases escritas de su puño y letra: "Pies para qué los quiero si tengo alas para volar". Otras para Diego, que me cuesta leer por lágrimas incontroladas: "Jamás en toda la vida olvidaré tú presencia. Me acogiste destrozada y me devolviste íntegra, entera".
          El último espacio de la casa que me quedaba por conocer fue el más penoso e imborrable. Estrecha habitación ubicada en forma estratégica, asomada al bello jardín donde el agua fluye permanente de una fuente artesanal ubicada en medio de plantas exuberantes, exóticas y perfumadas. Todo ese paisaje de frescura natural acompañado por el sol y el trinar de los pájaros, lo vivía Frida desde una pequeña cama con dosel que la madre hizo construír cuando fue empeorando su salud, dejando de caminar. Remataba el mueble un espejo sujeto al techo de la cama para que la joven postrada se convirtiera en su propia modelo. Allí realizaba sus retratos, pintándose joven, bella, perfecta vestida de rojo mirando a los ojos de quién la contemplara.
          Volví sobre mis pasos repetidas veces, no quería abandonar esa conmovedora "Casa Azul" donde vivió una gran mujer. Artista mexicana, romántica, enamorada y desintegrada físicamente. Un ser humano que intentó atrapar al mundo a través del espejo más solitario de la noche.



*Del libro "Viaje y Transformación".
  Liliana Clarisa Gavrieluk.

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