lunes, 8 de julio de 2019

"Entrando a un mundo de fantasía".

       
 Rememorando países por donde he transitado, aparecen sorpresivamente infinidad de imágenes, colores, aromas y emociones que me los recuerdan para guardar en un rinconcito oculto del corazón.
          Siempre dispuesta a continuar el camino alimenté el proyecto hacia una nueva búsqueda empírica y curiosa de vivencias. Así llegué espectante a un mundo desbordante de magia y arte. Un lugar diseñado por la extraordinaria mente del arquitecto Antonio Gaudí; "Parque Guell",situado en la parte superior de una montaña en Barcelona, España.
          Reflejo de la plenitud artística en esta etapa de su vida, el naturalismo, desarrolló el proyecto sobre un terreno arcilloso y desolado, colmándolo de cuantiosas variedades arbóreas mediterráneas autóctonas y de aves.
          Construído entre los años 1900 y 1914 a pedido del conde Eugenio Guell , propietario de las tierras , se inaugura como paseo público en el año 1926.
          Ingresando a ese mundo increíble , imaginé estar ante la portada del mejor libro de cuentos que me fascinara de niña y lentamente comencé a caminar por sus páginas admirando el inicio del parque
.

Dos casitas pequeñas decoradas al igual que lo hicieran las mejores reposteras del mundo esparciendo sobre los tejados azúcares muy blancos y colocaran ordenadamente confites de colores alrededor de las ventanas, fue lo que apresuró mis pasos para recorrer el resto del libro.


 En la totalidad del diseño el arquitecto aglutinó óptimamente lo orgánico de la naturaleza que lo inspiró. Partiendo de cierto barroquismo logró gran riqueza estructural de formas y volúmenes dentro de un marco de belleza incomparable.
          No utilizó ángulos rectos, todo está resuelto de manera ondulada y representativa; columnas simulando árboles; animales mitológicos y mucha geometría. La mayor parte de la estructura cubierta y descubierta, revestidas de coloridos y pequeños mosaicos de cerámicos, el TRECANDÍS, experimentado en otras obras,decidió a Gaudí el uso continuado y permanente de esta técnica  por la fuerza y efectividad que tomó en esta creación donde no existió rigidez ni clasicismo.
           El punto central de la obra, una gran plaza con apariencia de serpiente,


rodea el espacio en lo alto de la montaña. Acompaña su forma un enorme banco oblongo, ondulante y muy colorido por el trecandís donde me detuve largamente para observar la imponente ciudad de Barcelona que se hallaba a los pies del lugar, diminuta en su lejanía,También los senderos angostos y serpenteantes del diseño y allí comprendí el sentido orgánico, urbanístico y religioso que Gaudí quiso y logró proyectar, un camino de elevación espiritual donde el encumbramiento, la exaltación y la sorpresa se apodera del visitante.
          Descendiendo, seducida ante tanta suntuosidad, vivencié lo máximo del paseo iluminando mi espíritu.Dentro de un gran espacio techado, sostenido por cien columnas escuché la mejor sinfonía



 ejecutada por músicos callejeros que disfrutan asiduamente la acústica del lugar.
          No podía pedir mejor  final  para mis sentidos, que llegar a las últimas páginas de este fantástico libro de cuentos, conocer la casa-museo dónde Gaudí vivió 20 años y murió en 1925.
Tres plantas de color rosado con alta torre,rodeada de añeja arboleda, fue lo último que acompañó a este gran artista reconocido y admirado mundialmente.


Con cierto pesar y lentitud iba dejando atrás la magnífica experiencia elegida, pero continuaría gozando descubriendo  las otras  tantas obras que del revolucionario arquitecto se conservan y así volvería la felicidad que hoy me acompañó.





 Liliana Clarisa Gavrieluk.


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